martes, 13 de diciembre de 2011

ENVIDIA: ESA BESTIA FUNESTA

ENVIDIA: ESA BESTIA FUNESTA

Me pregunto si alguna vez habréis conocido a esa persona envidiosa que, tristemente para ella, envidia hasta tu enfermedad. Seguro que sí. Siempre hay alguien más o menos próximo que, gratuita y perversamente se alimenta del odio, del rencor que siembra ... y de la envidia que, evidentemente, no manifiesta tan expresamente.


Estas pobres personas andan por la vida alimentándose de aquello que roban a los demás: si eres alta, ellas piensan que resultas demasiado desgarbada y sin clase; si eres baja, su altura es la idónea, pero no la tuya. Si estás enfermo, seguro que tu enfermedad no es tan imporante como la suya. Si tienes alguien a tu lado que te ame, seguro que no te quiere tanto como la quieren a ella.

Por supuesto, si triunfas, es que eres un trepa y te aprovechas de los demás y, también por supuesto, ella se merece el triunfo mucho, muchísimo más que tú.

Si, por el contrario, tu triunfo se acaba, entonces será porque te lo mereces, por trepa y egoista; y además no nos olvidemos nunca de que tu triunfo caído ahora deberían ofrecérselo a ella. Porque nunca debieron dártelo. Le correspondía a ella. Así que, es de justicia ¿no?.

Desde luego, hemos de admitir que esas personas envidiosas, dado que nunca ven el auténtico reflejo en el espejo, suelen sentirse las mejores, las más perfectas, a las que todo el mundo admira, las que nunca se equivocan ... normal, sus errores siempre son atribuibles a otros que tienen, también, más o menos cerca.

El envidioso, salvador del mundo, de su mundo, de su egoismo, de su ceguera, no deja de ser un pobre inútil que sólo se siente válido cuando destruye aquello en lo que ni el mismo cree. El envidioso, de tanto envidiar, enferma. Y no precisamente de la enfermedad que envidia, porque es incapaz de imitar a aquellos a quienes envidia.

El envidioso, que tanto esfuerzo dedica a destruir a aquello/s que envidia, no invierte un ápice de su fuerza en modificar su conducta, en cambiar, en mejorar, en parecerse a lo que envidia. Lleva en la cara el verdor de su enfermedad, una culebra retorcida que lo aniquilará poco a poco, haciendo resurgir a los muertos que va dejando.

El envidioso, gracias a su enfermedad, hará de sus muertos mártires y él, que se siente mártir, será desterrado para siempre de las memorias individuales y colectivas porque no merece ser recordado.

Por ello, realmente, la envidia, el envidioso, no merece ni un ápice de nuestro tiempo y nuestros pensamientos, por eso, y porque estoy convencida de que también vosotros habéis tenido la desgracia de conocer a alguien así, quiero cerrar este blog de hoy con dos frases de dos personas muy dispares.

La primera, de mi abuela; ella, en su afán de hacer de nosotras personas responsables, siempre nos enseñó que la ignorancia es atrevida y, por tanto, aprendimos a ser pruedentes y a valorar en los demás lo que a nosotras nos faltaba.

La segunda, de Chumy Chúmez; porque él, en cierta ocasión dijo que "Si hubiera un solo hombre inmortal sería asesinado por los envidiosos".

Nada más ... y nada menos. ¡Ahí es nada!

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