martes, 5 de noviembre de 2013

AMBAR. LA MASCOTA

Desconozco su día de nacimiento. Para nosotros, vino al mundo un día cualquiera de agosto, bajo un sol aplastante y después de muchos días y noches de oir que pedía ayuda.

Alguien consideró que le exigía demasiado, que su cuidado no era prioritario, que su amor no merecía la pena.

Alguien consideró que lo mejor era abandonarlo a su suerte, en un lugar cualquiera, en un patio cualquiera. Alguien consideró que alguien lo acogería y, con esa premisa, quedó libre, sin protección, sin cuidados, sin comida. Quedó en nuestro patio.

Desde ese día en el que alguien consideró que debía librarlo de la vida, nosotros comenzamos a oir como llamaba diariamente, dia y noche, a su madre. Oíamos un maullido débil y diminuto que reclamaba atención. Buscábamos en el patio pero no veíamos nada. Pensamos que quizá anduviera por otros patios, con otros dueños y, simplemente, lo oíamos maullar.

Pero finalmente lo vimos. Pequeño, diminuto, negro como el azabache, asustado y totalmente escuálido. Era una cria de gato abandonada, sin nada que comer. Sin nadie que lo cuidara. Corría asustado de un patio a otro. Tenía hambre, pero temía acercarse si le ofrecías comida.

Estaba solo.
Ambar durante su ingreso en la clínica.
Probablemente estaría lleno de parásitos, es muy posible, ¡pero estaba tan indefenso!.
Le pusimos un platito con leche. Nuestros vecinos también le pusieron otro platito. De alguno comería ¿no?.

A partir de ese momento, uno de nuestros quehaceres diarios era vigilar la cantidad de leche que bebía. Todos los días comprobábamos varias veces que ese gatito diminuto, solo y escuálido, tomaba algo de alimento.
Mirar y saber con certeza que ha bebido son dos cosas bien distintas.

Pasaron dos o tres días. A veces, desde la ventana, veíamos como se tumbaba sobre los cojines del sofá, al sol, y ahí se quedaba dormido.

Intentar cogerlo era una tarea ardua. Las escasas fuerzas que le iban quedando las destinaba a correr como un poseso en cuanto veía que te acercabas.

"Este gatito se muere", esa era la frase que más repetíamos diariamente.

Hasta que un día (ya habían transcurrido unos 5-6 días desde que lo oímos por primera vez) vimos que ese gatito estaba tirado en el patio, a pleno sol de agosto, totalmente extenuado, sin fuerzas, con los ojos totalmente cerrados por una placa lagañosa e invadido por las hormigas.

Pero vivía.
Así que lo cogimos con sumo cuidado. Le limpiamos los ojos con suero fisiológico. Le suministramos un poco de agua; muy poca, porque no la tomaba. Lo metimos en una caja de zapatos y lo rodeamos de algodón para insuflarle un poco del calor que le faltaba pese al sol de justicia que le estaba cayendo encima.

Poco después de su alta "hospitalaria"
Así preparado, hicimos unos agujeros en la tapa de la caja de zapatos, la cerramos y nos lo llevamos al veterinario. Eran las 15 horas.

"Ponerle calor, darle agua con azúcar y, si a las 19 horas sigue vivo, volver a traerlo. Habrá que hospitalizarlo". Ese fue el veredicto.

Así que volvimos con la cajita para casa y seguimos las instrucciones de la veterinaria. La caja al sol, el gatito dentro. Tan débil que ni se movía. Y cada poco tiempo, con un cuentagotas, le abríamos la boca y le metíamos unas gotitas de agua con azúcar.

A las 19 horas volvimos a coger la cajita e hicimos de nuevo el trayecto hasta el veterinario.

"Sigue vivo. Vamos a hospitalizarlo. Hay que ponerle suero y dejarlo en la incubadora. Es un bebé, no tendrá ni un mes. Al menos 4-5 días hospitalizado. Podéis venir a verlo cuando queráis"

Así que lo dejamos. Íbamos dos veces al día a verlo. Lo sacaban de la incubadora y dejaban que estuviera con nosotros un ratito.

Hasta el quinto día no le dieron el alta. Viviría. Pero aún estaba tan débil que no toleraría las vacunas.

- "Si decidís quedároslo tenéis que esperar para vacunarlo".
- "Dicen que los gatos son muy independientes y que lo destrozan todo".
- "Le habéis salvado la vida. Y él lo sabe. Los gatos son muy agradecidos".
- "¿Y si se escapa? ¿Y si destroza las cortinas, o los muebles, o el sofá?".
- "La decisión es vuestra. Si él considera que esa es su casa respetará la casa. Os lo agradecerá".

Y nos lo quedamos.

Llegó a casa y ya no salió. Desde ese día se ha convertido en uno más de la familia.

Nunca quisimos mascotas en casa. Ahora no podríamos estar sin nuestra mascota.

Es un gato callejero. Negro negrísimo. Con unos ojos verdes asombrosos e inteligentes.

Tengo que reconocer que Ámbar nos ha cambiado. Ha influido en nuestro carácter, en nuestro comportamiento, en nuestra sensibilidad... Nunca creí que pudiera llegar a querer a una mascota como quiero a Ámbar. Si los gatos son independientes, uraños, destrozones... Ámbar no debe de ser un gato.

Tal como nos dijo la veterinaria, no ha habido que educarlo, ni enseñarlo, ni reñirlo... Jamás se ha subido a las cortinas. Jamás nos ha arañado, ni a nosotros ni a los muebles, ni a los sofás. Permanentemente está donde tu estás. Te acompaña. Se tumba a tu lado y reclama caricias.

Le encanta que lo cojas, que lo abraces, que lo hagas rabiar. Pero respeta su independencia si así lo deseas. Juega al escondite y te espera por la mañana para contarte sus sueños. Sus sueños, sí, porque lo que hace nuestro gato es lo más parecido a "hablar" que he conocido en un animal. Desconozco lo que nos dice; pero es seguro que algo nos cuenta.

Desconozco si otros gatos hacen lo mismo, seguro que sí, pero yo nunca lo había oído.

Seguro que nuestro gato no es especial, pero es el nuestro. Y nos ha aceptado. Ese es su mejor pedigrí.

Además, es un gato cinéfilo muy estudioso.

Vosotros mismos podéis comprobarlo.

Así que no puedo por menos que dar las gracias a ese alguien que decidió desacerse de una cría de gato cuando apenas contaba con un mes de vida. Gracias porque su desaprensión nos ha permitido conocer algo totalmente desconocido para nosotros: el amor incondicional de una mascota. 


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