sábado, 25 de mayo de 2013

EL BOLIGRAFO DE GEL VERDE





¿Qué cosas de nuestra vida son tan importantes que no podríamos prescindir de ellas? ¿Por cuáles daríamos nuestra vida? ¿Qué nos llevaríamos a una isla desierta? ¿Todas nuestras necesidades son tan imprescindibles? ... Y así podríamos seguir enumerando tantas y tantas cosas de las que no podemos prescindir y, sin embargo, sin las que viviríamos felizmente.
Piensa durante 10 segundos qué te sobra. Dilo.
Piensa durante 10 segundos qué te falta. Dilo
¿Puedes?
Seguro que nuestra capacidad de síntesis para las necesidades imprescindibles no ha sido jamás desarrollada.
La primera vez que vi esta novela en una librería me llamó la atención el título "El bolígrafo de gel verde". Bolígrafo. Además de gel. Además verde. Casi nada.
Creo que somos muchas las personas que sentimos auténtica atracción por esa pequeña herramienta "de escritorio". Pero si además es verde, y de gel, es algo especial. Al menos para mí. Por eso inmediatamente me atrajo el título, pero ¿de qué puede ir una novela que gira en torno a un bolígrafo?
Después de leerla, puedo aseguraros que va de la vida. De la única y exclusiva vida que nos ha tocado vivir y de las mil y una maneras de "desvivirla", pero también de la única manera de reencontrarla: mirándola de frente.
El bolígrafo se convierte en un elemento nimio en torno al cual se nos van a mostrar las dudas, los miedos, las pasiones, los amores, el costumbrismo de los personajes.
La ceguera que nos invade cuando nos negamos a retirar la venda. Lo evidente que nos resulta lo que no está contrastado y sólo obedece a nuestro propio deseo de que así sea. Cuanta energía podemos destinar a destrozarnos la vida sin darnos cuenta de que nos la estamos destrozando.
Tantas veces justificamos nuestra inamovilidad en el "si yo tuviera", "si yo pudiera", "si la suerte" ... cuando todo, absolutamente todo, depende de una única cosa: nuestra voluntad de cambio. Nuestro coraje. Nuestra valentía.
El protagonista de la historia se atreve a iniciar ese cambio a través de un proceso que me ha recordado bastante a las sensaciones que los peregrinos del Camino de Santiago manifiestan. Un "hacer el camino" para llegar al interior de mí mismo. Para encontrarme. Para saber quién soy. Un camino interior, como el que recorre el protagonista a través de valles, montañas y lagos. Un camino que te asoma a las profundidades, al abismo, de la vida y de la tierra, y que te ayuda a encontrarte a ti mismo, pero también a encontrar a otros seres humanos. Un camino que, en realidad, es un reencuentro con la vida.
Escrita de forma muy próxima no se pierde en grandes circunloquios, lo que no quiere decir que esté vacía. En absoluto. Lo que quiere decir es que te sientes plenamente identificado con alguno de los personajes, con su cotidianeidad; porque el nivel de probabilidades de que conozcas/seas alguien que ha pasado por situaciones como las que se narran es muy alto.
Pero el autor también sabe jugar con las historias y te hace dudar acerca de las causas que llevan al protagonista a dar los pasos que da. Casi hace que juegues a adivinar, igual que ha echo el protagonista y, claro, te equivocas.
Extensión justa. Altamente recomendable. Un libro para pensar. Sin duda.


1 comentario:

  1. Respeto eso que se escucha tantas veces de los peregrinos que hacen el camino para encontrarse a sí mismos. Pero no puedo eludir pensar de qué modo estarían perdidos para precisar esas caminatas de cientos -o miles- de kilómetros para encontrarse a sí mismos, cuando parece tan fácil encontrarse uno a sí mismo simplemente con mirarse el ombligo.

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