¿Que te sugiere un título que habla de postales? Quizás viajes, añoranzas, recuerdos ...
Pues un poco de todo eso tiene Treinta postales de distancia, sólo que adecerado con dosis de amor, de imaginación, de pasión, de dudas, de desamores, de encuentros y desencuentros...
Una novela romántica a la manera actual. Lejos de esas lecturas sensibleras en las que el personaje femenino está tan estereotipado que es totalmente previsible (y a veces insoportable) nos encontramos ante una protagonista totalmente actual, con los mismos problemas, actitudes, pasiones, ... de cualquier mujer.
Es fácil sentirse identificada con Sofia. Es fácil sentirse identificado con Jaime. Es fácil querer a Manu y entender las situaciones familiares que se dibujan a lo largo de la novela.
Enredos involuntarios, atracción intensa y duradera, un pasado que quiere olvidarse, un presente que quiere hacerse futuro. Un vecino del que desconoces hasta el nombre, pero que se introduce en la vida de tus sueños. Una vecina con la que jamás te plantearías nada, pero que ocupa tu pensamiento.
Una historia de amor que se rompe incluso antes de iniciarse y que, precisamente por eso, se mantiene viva en los protagonistas como si fuera el primer amor. Y la lucha por volver a empezar para recuperarla.
Una lucha singular.
Treinta postales.
Una cada día, ese es el plazo que se marca Jaime para reconquistar al amor perdido. Para explicar que nada es lo que parece. Para convencer a Sofia de que merece la pena intentarlo.
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