El pasado fin de semana pasé el día en mi pueblo, Zotes del Páramo. No es un pueblo espectacular, ni es patrimonio de la humanidad, ni tiene monumentos o paisajes sobrecogedores ... pero es MI PUEBLO.
Es un pueblo del páramo leonés. En él no hay montañas, ni grandes ni pequeñas ... es un páramo. Puedes situarte en cualquier punto y contar los pueblos que se ven alrededor. Si además haces esto durante la noche, la visión es aún más espectacular. La noche estrellada en las alturas y las luces rutilantes de los pueblos sobre la tierra.
Aún sin montañas tiene encanto el paisaje.
Antaño tierras áridas que se dedicaban al cereal y la patata han cambiado el amarillo por el verde. Verde intenso que proporciona el cultivo del maíz.
Caminos que unen pueblos austeros que acogen gentes recias y honestas. Caminos anchos, como los corazones de sus gentes.
Caminos rodeados de verdes e inmensos maizales que son una de las riquezas de sus gentes.
Y alrededor del pueblo, protegiéndolo, chopos y álamos junto a la laguna.
Laguna en la que, aún lo recuerdo, mi padre cazaba ranas. Sus ancas las cocinaba mi madre de manera excelente y exquisita. Hoy las ancas de rana se venden a precio de oro y está prohibido cazarlas.
Hoy la laguna es un nexo de unión del pueblo. En ella se reunen los jóvenes, proporciona agua en la fiesta del pueblo y se mantiene viva como se ha mantenido siempre.
Los jóvenes siguen reuniéndose en la plaza, en el frontón ...
El pueblo en el que nací sigue siendo el mismo pueblo, sus gentes siguen siendo igual de nobles y rectas. Pero el pueblo ha mejorado. La calidad de vida de sus gentes también.
Hoy la vida del campo ha cambiado, afortunadamente, para bien.
Todos amamos nuestras raíces, nuestros orígenes, renunciar a ellos es como renunciar a nosotros mismos.
Puede que no vaya muy a menudo por mi pueblo, pero siempre, siempre, será MI PUEBLO.
Me ha gustado este relato
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