Hacía mucho tiempo que no leía un libro tan fresco. Annabel Pitcher, cuya obra comencé con cierta reticencia, me ha sorprendido. Pese a tratar un tema difícil y delicado (hablamos de las muertes dejadas por atentados terroristas) leemos todo el libro con una sonrisa en la boca.
Y es que, en la vida, como en casi todo, nada es blanco ni negro totalmente. Nada es BUENO ni MALO. Todo tiene un poquito de cada cosa. Ahí está la sal de la vida.
Esa sal que a veces olvidamos añadir a nuestra cotidianeidad, aferrándonos a un pasado que ya no es y mostrando una ceguera absoluta ante el presente que sí es.
La muerte de un hijo siempre es dolorosa. Ningún padre que esté en su sano juicio querrá o deseará sobrevivir a sus hijos. Pero la muerte de un hijo, vista desde los ojos de otro hijo que, además, no recuerda absolutamente nada de su hermano muerto, puede hacernos recapacitar tanto sobre lo que perdimos como sobre lo que perdemos.
Y es que esta historia, dulce y tierna a pesar de moverse en torno al dolor, trata precisamente de eso, de lo que perdimos y de lo que dejamos perder.
Todo ello, visto a través de los ojos limpios y puros de un niño de 10 años, Jamie, que se encuentra acompañado por dos protagonistas más, Jas, su joven hermana quinceañera de pelo rosa, y Sunya, su inteligente y avispada compañera musulmana en el colegio.
Todo ello aderezado con situaciones tan reales como la vida misma: Una familia fragmentada por el dolor. Unos padres que se niegan a aceptar los hechos. Una madre que ignora a sus hijos. Un padre que ahoga su dolor en el alcohol. Un niño que es un superhéroe ...
Claves en el relato los personajes de Sunya y Jas, que nos mostrarán el otro lado del espejo. La inteligencia y valentía de Sunya, la fidelidad y la amistad. El compromiso y la madurez de Jas.
Y Roger, la mascota de Jamie, que se convierte en el catalizador que resuelve el final del libro.
Un libro precioso, sencillamente.
Altamente recomendable. Además, se lee en 2-3 dias
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