
Me gustaba de tí la visión que tenías del mundo. Tu mente abierta. Tu prudencia. Tu delicadeza. Ese querer comprender lo que se te pedía hasta el punto de que nunca hizo falta una segunda oportunidad.
En los debates profesionales, inspirabas paz. El tiempo se detenía cuando hablaba contigo, porque transmitías algo que pocos somos capaces de transmitir: serenidad.
Y esa serenidad, precisamente, era la que hacía que los que te veiamos, confiaramos en tí. Sin ningún atisbo de duda.
Aprendí muchas cosas de tu saber hacer. Gracias.
Conocemos cuándo nos dejan personajes importantes del celuloide, pero pocas veces leemos un titular que diga "Nos ha dejado una buena persona".
Por eso aquí, desde esta nube que a tí tanto te gustaba, quiero decirte adiós porque así, de alguna manera, seguirás viajando con nosotros, sin fin, en un espacio que nos es tan próximo como desconocido.
Hasta siempre, Segundo.